martes, 26 de abril de 2011

ESTOY VIVO, AUNQUE NO CONSTE EN EL BANCO.

......... Durante dos días, el empleado de un banco intento primero ubicarme y luego convencerme de lo importante que seria para mí y para mi futuro, aceptar aquel crédito que me ofrecían con la acostumbrada sospechosa generosidad que tienen los bancos.

El muchacho hacia su trabajo, y por cierto que lo hacia muy bien. Tal es así que en algún momento estuve tentado a aceptar un ofrecimiento de algo que no quería y no había ni siquiera pensado en pedir. No porque me sobrara nada, sino más bien quizá por falta de “audacia económica”, para ponerle un nombre.

Como en principio le hice entender que no había pensado en préstamo alguno y que no tenia intenciones de endeudarme, comenzó a esgrimir otro argumento.

Era increíble, tenía al menos cinco formas distintas de decirme lo mismo, todo de corrido y sin trabarse. En ese momento pensé que podía muy bien dedicarse a locutor, aunque me reserve el pensamiento por temor a que creyera que no lo estaba escuchando. Eso seria irrespetuoso de mi parte.

Aunque en realidad, esto último no era tan erróneo dado que como a muchos, cuando una persona nos habla de corrido, sin dejarnos meter bocadillo alguno y recitando algo en forma casi automática, tendemos a escuchar solo las primeras frases y luego nuestro pensamiento se dispersa, sobre todo cuando la conversación es telefónica.

La cuestión es que aunque yo no necesitara aquel dinero, aceptar su propuesta era sumamente beneficioso para mi vida según él, pues pasaría yo a tener un antecedente crediticio que me resucitaría a la vida económica.

Debo confesar que lo pensé. Estar muerto o no existir es una idea que aun no he considerado seriamente. Aunque sea en el campo económico.

Pero finalmente, y en un bache que me dejo en su discurso, con voz firme logre decirle que no, que no y que no. Todo con absoluto respeto, desde ya.

El hombre se vio vencido por mi negativa y se despidió de mí, no sin antes lamentar lo que yo estaba desperdiciando en aquel momento y hacerme sentir como si se me practicara una especie de eutanasia económica. Al fin cortamos.

Mientras mi oído se desinflamaba, al igual seguramente que su garganta, una idea quedó dando vueltas en mi cabeza.

Una idea que no tiene que ver ni con el insistente empleado bancario, que no hace mas que cumplir con su trabajo; ni conmigo en particular.

Tiene que ver con ese sistema que nos inculca la idea de que la existencia depende de lo que se tiene, de los movimientos en el cajero, del poseer una cuenta o una tarjeta. Sistema donde es obvio que la condición humana es lo menos importante. Un planteo que nos llega a meter miedo de convertirnos en NN financieros, en desaparecidos económicos.

El dinero existe y hace falta, es cierto, pero me parece horrible la idea de que nuestra identidad se vuelve de plástico, la honestidad se demuestre consultando nuestro saldo disponible y ser alguien solo si consta en alguna planilla donde mi nombre se escribe con el numero de cuenta de alguna caja de ahorro.

En fin. Luego del trabajo, llegue a casa y me mire en el espejo. Era yo y estaba allí, tangible. Mi madre estaba terminando de cocinar, mis perros aguardando una caricia, mi cama esperando por mi fatiga, un amor en el corazón y unos libros que están a la mitad de leídos.

Estaba vivo en esa vida que, por suerte, es la que más me interesa. Una vida en la que se gana y se pierde, en la que se tiene y se carece. Se sufre, se disfruta.

Pero más allá de todo, estaba vivo en una vida que, a pesar de las cíclicas crisis de existencia que sufre mi billetera, es la verdaderamente importante y ningún banco me la podría dar por 12 cuotas de 98 pesos mas intereses por mes.


DIEGO DOBLER

1 comentario:

  1. Tener un amor en el corazón es estar vivo... independientemente de que sea correspondido o no...
    y sólo eso ya nos hace existir por lo menos para alguien o por alguien... el resto es cosa de los bancos... ;)

    ResponderEliminar